Agencia Xponencial – Opinión
Es paradójico escuchar a la dirigente del PRI en el Estado de México lanzar críticas a la “herencia maldita” que, según ella, deja el presidente López Obrador al cierre de su mandato. Resulta aún más cínico cuando esta misma figura se niega a reconocer que la verdadera maldición fue el legado que dejó su propio partido tras más de 80 años de control absoluto en la entidad. Gobernaron bajo un manto de impunidad y corrupción, llevando a la miseria a millones de mexiquenses, sumiendo al estado en la inseguridad y perpetuando la desconfianza hacia la clase política.
Bajo los gobiernos priístas, el Estado de México vivió una era oscura. Las cifras de pobreza, desigualdad e inseguridad crecieron sin control. El pueblo veía cómo los políticos del PRI acumulaban fortunas mientras las calles se llenaban de violencia, el desempleo se disparaba y los servicios públicos colapsaban. Es precisamente este periodo el que construyó el escenario que Delfina Gómez Álvarez recibió al iniciar su gobierno. Sin embargo, la diferencia es clara: su administración, en solo un año, ha mostrado avances significativos, comenzando con el rescate de la confianza y la cercanía con el pueblo, algo que parecía imposible tras décadas de desprecio de las elites priístas.
El PRI mexiquense se ha especializado en construir castillos de espejos, donde los culpables siempre son otros, pero jamás ellos mismos. Se olvidan de la deuda social que dejaron, de los escándalos de corrupción que alimentaron la pobreza y la inseguridad. Pero más allá de sus reproches al gobierno de la 4T, ¿acaso se atreven a señalar con la misma severidad su propio pasado?
Delfina Gómez, en este primer año de gobierno, ha dado muestras claras de que el Estado de México puede volver a ser de su gente. Ha tomado decisiones que buscan devolverle al pueblo lo que le fue arrebatado durante décadas: confianza, atención y resultados. Si bien aún queda mucho por hacer, la realidad es que el legado priísta dejó heridas profundas que no sanarán de la noche a la mañana, pero al menos se ha comenzado a caminar en la dirección correcta.
Lo que realmente teme la dirigencia del PRI es que el éxito del gobierno de Gómez exponga la ineficacia y corrupción de su propio legado. Por ello, su discurso desesperado y lleno de hipocresía no es más que un intento de salvar una reputación que ya está hundida en la historia como una de las principales culpables del rezago del Estado de México. Lo que necesitan entender es que el pueblo ya no se deja engañar, y que la verdadera herencia maldita no es la de López Obrador, sino la que dejó el PRI durante más de 80 años.
Es momento de dejar las excusas y asumir responsabilidades. El Estado de México, con Delfina Gómez al frente, está comenzando a sacudirse las cadenas de un sistema que lo mantuvo cautivo. Y aunque aún queda mucho camino por recorrer, no cabe duda de que el PRI debe mirar en el espejo y preguntarse: ¿quién dejó realmente la verdadera herencia maldita?