Agencia Xponencial – Opinión
La inminente partida de Andrés Manuel López Obrador de la presidencia marca el fin de una etapa histórica en la política mexicana, pero no el fin del obradorismo. Aunque su mandato concluye, su legado, representado por la Cuarta Transformación (4T), permanecerá en la vida pública y en la memoria de millones de personas que no necesariamente militan en Morena ni ven en Claudia Sheinbaum, la elegida para continuar el proyecto, una figura que lo sustituya. El fenómeno es claro: López Obrador no solo deja una administración, sino un movimiento que ha cautivado a una franja significativa de la población, especialmente a adultos mayores, jóvenes y sectores populares que lo consideran un referente social.
Este grupo, diverso en sus intereses y orígenes, comparte un factor común: el sentimiento de que López Obrador les ha devuelto algo que habían perdido con anteriores gobiernos, ya sea la dignidad política, el respaldo social o la esperanza de un cambio profundo en el país. La pensión universal para adultos mayores es, sin duda, uno de los pilares que ha consolidado su popularidad entre la tercera edad. Muchos de ellos, que habían sido olvidados y marginados por décadas de políticas neoliberales, ven en AMLO a alguien que no solo les extendió una mano, sino que los reconoció como parte fundamental del tejido social.
Sin embargo, no es solo la generación mayor la que ha adoptado el obradorismo como bandera. Jóvenes de distintas clases sociales también lo ven como un referente social. Para ellos, López Obrador representa la lucha contra la corrupción, el poder de una política cercana a la gente y una postura frontal ante los abusos del pasado. Han crecido bajo su discurso de transformación y lo ven como un símbolo de resistencia contra un sistema que, a sus ojos, ha estado controlado por intereses oscuros durante demasiados años.
Este fenómeno, en el que una figura política trasciende a la institucionalidad de su propio partido, no es nuevo. En la historia moderna de México, pocos han logrado consolidar este tipo de influencia, que se convierte en una especie de culto personal, más allá de lo ideológico. Aunque López Obrador ha sido un crítico férreo de los “caudillos” de la Revolución, lo cierto es que él mismo ha asumido un rol similar, especialmente para quienes lo ven como una figura intachable. La 4T se convierte, entonces, en un movimiento sin tiempo, una especie de promesa inacabada de justicia social que no depende necesariamente de la persona que ocupe la presidencia, sino del mensaje que ha permeado en la sociedad.
Este grupo indefinido de personas que seguirá defendiendo el obradorismo, aún después de su retiro, es peculiar. No necesariamente se ven reflejados en Morena ni en Claudia Sheinbaum. Para ellos, la conexión con López Obrador es más profunda: se trata de un vínculo emocional, una lealtad que no requiere de banderas partidistas para manifestarse. Son “fans eternos” de un personaje que ya ha quedado inscrito en la historia política mexicana. Como ocurre con otras grandes figuras, su legado estará sujeto a interpretaciones, y aunque habrá quienes intenten utilizar su imagen para otros fines, el obradorismo, entendido como la lucha por un proyecto de nación distinto, vivirá en los corazones de quienes lo acompañaron.
López Obrador ha insistido en que su retiro será total, en que se alejará de la vida pública. Sin embargo, lo que no puede evitar es que su huella política permanezca indeleble en el futuro de México. El obradorismo no es solo un proyecto gubernamental, sino una forma de entender la política, la justicia y la lucha social. Y aunque él se vaya, miles de personas seguirán luchando, bajo su sombra, por la 4T.