Gabriel Hernández García
Las imágenes de la calle Kensington Avenue en Filadelfia, solo por poner un ejemplo, son perturbadoras, desgarradoras, que se asemejan a sueños de pesadilla y superan, por ser reales, el espanto y el horror de películas como “El exorcista” o cualquier otra película de este género. Cuerpos de gente joven, en su mayoría, aunque también hay de edades mayores, tirados en las aceras de las calles, en los parques; petrificados de manera grotesca, moviéndose solo algunos pasos sin ver ni tener noción a donde van, con movimientos de brazos y manos incontrolados sin sentido, hablando con frases incoherentes, dirigiéndose a nadie o a quien sabe quién. No tienen conciencia de lo que hacen ni de lo que ocurre, de lo que pasa a su alrededor, su conciencia esta extraviada, no tienen noción del tiempo, ni del clima, ni del peligro ni de nada.
Andaban buscando el paraíso y han llegado al infierno, sin haber pasado a la otra vida
No se desplazan, no van a ningún lado; no pueden ir, no tienen a donde ir, nadie los quiere, nadie los acepta, nadie los quiere ayudar por ser una carga que no se puede sostener ni económica ni socialmente. Las familias de las que proceden se avergüenzan de ellos y los consideran perdidos (y lo están) para siempre. La droga los incapacita para cualquier función creativa, productiva y son considerados basura humana.
Son la pesadilla hecha realidad de los muertos vivientes o, mejor dicho, de los vivientes casi muertos; son los zombis modernos, pero con la diferencia de que estos si son reales y que están ahí, no como producto de una mente fantástica sino como producto real de los efectos de una droga moderna: el fentanilo.
En realidad, llegar a estos extremos no es solo efecto de una droga, sino de varias, de todas por las que los drogadictos han probado y pasado hasta llegar a hacerse adictos. El fentanilo es nueva droga y quizá la última que probaran muchos de ellos.
De la cárcel de la drogadicción no sale casi nadie.
El número de drogadictos, solo de esta calle y de esta esta ciudad, se calcula en 300, pero en el verano de cada año llegan a aumentar hasta 600, o más. Es cierto que muchos de ellos son indigentes de por vida, que no tienen a donde ir y que por lo tanto han vividos siempre en esa calle o en otras, pero también lo es que ahí llegan adictos de diferentes partes a conseguir droga y que al inyectarse el fentanilo se quedan, sin poderlo evitar, en ese infierno de esta ciudad de Estados Unidos.
El asunto está en que el problema de la drogadicción no solo se presenta en Filadelfia, sino en casi todas las ciudades de ese país, donde la cifra de adictos asciende a 27 millones y 66 millones de alcohólicos.
Lo más grave y conocido es que dicho fenómeno se repite en Canadá, Brasil y en casi todas las grandes urbes del mundo, sobre todo capitalista.
Estamos pues ante un fenómeno que ha cobrado ya la vida de muchos seres humanos y amenaza la vida de muchos más o que las incapacita para una vida normal y productiva.
Téngase claro que hacia allá camina también México, pues, aunque no se quiera, somos una copia mal hecha del capitalismo estadounidense y mundial. Todos sabemos que el consumo de drogas entre los jóvenes y adultos mexicanos ha venido aumentando exponencialmente. La medición de la drogadicción en nuestro país no ha sido precisa y se ha hecho principalmente por encuestas, pero estas indican que el 5 por ciento de la población urbana, entre 12 y 65 años, ha consumido cuando menos una vez droga ilegal, pero dicha tendencia tiende a aumentar peligrosamente. Es decir que, nos guste o no, también algún día veremos, si no hacemos algo para evitarlo, en nuestras calles el fenómeno de la Kensington Avenue de Filadelfia, EE. UU.
Los antorchistas tenemos pocos medios para influir y evitarlo, pero hacemos algo: inducimos a nuestros niños, jóvenes y adultos a la practica del deporte, al estudio y la práctica de las artes en las que tenemos maestros u orientadores.
Los invito a que acerquen a sus hijos a los talleres de arte o a los clubes deportivos que impulsa el Movimiento Antorchista. Entre todos podremos construir un México mejor.